Vencer el desconsuelo 🌹
La otra tarde tuve que ir a la oficina de Correos. Al llegar, la cola era interminable, así que decidí sacar del bolso mi teléfono móvil y abrir el libro que me estaba leyendo en esos momentos para soportar mejor la espera. Entonces leí lo siguiente:
“Tengo treinta y cinco años y creo que he alcanzado la edad del desconsuelo. Otros llegan antes. Casi nadie llega mucho después. No creo que sea por los años en sí, ni por la desintegración del cuerpo. La mayoría de nuestros cuerpos están mejor cuidados y son más atractivos que nunca. Es por lo que sabemos. No es solo que sepamos que el amor se acaba, que nos roban a los hijos, que nuestros padres mueren sintiendo que sus vidas no han valido la pena. Es más bien que las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se han derrumbado a pesar de todo, a pesar de toda la educación recibida. Dios mío, si existes, deja que ese cáliz pase de largo. Pero cuando tienes treinta y tres años, o treinta y cinco, el cáliz llega a tus manos y no puedes desentenderte de él, es el mismo cáliz de dolor que beben todos los mortales. Dana lloró por la señora Hilton. Mis ojos se empañaron durante el telediario de la noche. Obviamente, sentíamos desconsuelo por nosotros mismos, pero si ellos sentían lo mismo que nosotros, cómo lo soportaban. Sentíamos desconsuelo por ellos también. Tengo entendido que después se llega a la edad de la esperanza o, al menos, de la resignación. Pero sospecho que para eso tiene que pasar bastante tiempo”.
Intenté seguir la lectura pero no fui capaz. Tuve que volver a este párrafo y subrayarlo. Y luego volver de nuevo a él para leerlo con más detenimiento. Estaba tan agitada que no recuerdo ni cuándo llegó mi turno, ni qué le dije a la funcionaria de Correos, ni cuándo salí de allí.
El libro que me provocó ese mareo emocional aquella fría tarde de diciembre se titula ‘La edad del desconsuelo’, como no podía ser de otra forma, y su autora es la ganadora del Pulitzer Jane Smiley. El título original en inglés es ‘The age of grief’, que podría traducirse como ‘duelo’, ‘dolor’, ‘pena’ o incluso ‘pesar’. ‘Pesar’ es una palabra que me encanta, también hubiese sido un buen título ‘La edad de los pesares’. El libro cuenta la historia de un matrimonio de dentistas con tres preciosas hijas para el que todo cambia una noche cuando ella, casi sin darse cuenta, dice en voz alta en el coche: “Creo que nunca volveré a ser feliz”. Y es ahí donde empiezan a tambalearse los cimientos de toda una vida en común: él sospecha que ella se ha enamorado de otro hombre pero, en una manera de resolver conflictos tan típicamente masculina, prefiere levantar un muro de silencio entre su mujer y él para que ella no pueda confesarse ni hablar sobre lo que le sucede. Y esto provoca un relato maravillosamente escrito sobre la fragilidad de lo cotidiano y sobre lo rápido que podemos perder lo que tenemos o lo que creemos tener.
No es la primera vez que un libro me provoca un estado semejante. Suele sucederme cuando leo algo que me parece que refleja con claridad, en negro sobre blanco, alguna sensación o pensamiento abstracto que yo ya venía rumiando. Es como una alineación planetaria o como cuando tu mejor amiga y tú decís lo mismo en voz alta en mitad de una conversación. Y es que este libro editado en España en 2019 reflejaba a la perfección el año 2020: hemos vivido, sin duda alguna, el año del desconsuelo. No importa nuestra edad, ni nuestras circunstancias vitales. Todos hemos bebido de este cáliz a sorbitos desde que en marzo nos encerrásemos en nuestra casa.
Creo que la primera vez que lloré por el tema fue viendo los datos de fallecimientos diarios en el telediario. La última, cuando tuve que aceptar que no iba a cenar con mi madre y mi abuela en Nochebuena. Entre medias he llorado muchísimo: el grifo no siempre estaba abierto pero de alguna forma siempre goteaba. A veces con una tontería de anuncio que era pura pornografía emocional capitalista, a veces con una canción, a veces después de bajar a la compra, a veces por el tema y todas sus consecuencias, otras ni siquiera por eso. Supongo que la situación era desbordante y nuestro nivel de empatía no podía soportarlo más. El cáliz se derramaba. O, en palabras de Smiley, las barreras entre nuestras propias circunstancias y las del resto del mundo se derrumbaron a pesar de todo.
Dice la autora que después de la edad del desconsuelo llega la de la esperanza o, al menos, la de la resignación. Confío y espero que esto también nos suceda colectivamente en 2021. La llegada de la vacuna es esperanza, por ejemplo. El comprender que la vida tardará en ser parecida a la de antes es resignación.
Volviendo a casa después de mi paso por la oficina de Correos me crucé con un abuelo y su nieta que subían la misma calle cogidos de la mano. Solo percibí un trocito de la conversación, en la que el abuelo le iba diciendo a la nieta: “Y ahora, en nada, entra el invierno, ¿sabes lo que eso significa? Hace más frío y los días son más cortos, es parte de la naturaleza”. La escena me pareció un retrato exacto de la ternura. Y como yo venía ya en modo torrente emocional, pensé que quizás es solamente eso lo que necesitamos para entrar con buen pie en el año de la esperanza. Volver a medir el paso del tiempo de una manera más inocente pero también más sencilla y racional. Centrados en lo que sabemos y no en lo que intuimos. Y no medirlo en negativo: en planes que nos hemos quedado sin hacer, viajes que perdimos, abrazos que no dimos, cosas que no hicimos. Es cierto que este año hemos tenido muy pocas certezas o que, cuando creíamos tener una sola, el mundo la apartaba de un manotazo pero, si algo sabemos con seguridad es que, pase lo que pase, después del oscuro invierno siempre siempre siempre llegará la primavera.
Feliz lectura.
La frase
“Dana llegó a la Facultad de Odontología llena de entusiasmo o, para ser más exactos, con una actitud desafiante. Todos los días, cuando llegaba al aula, se paraba y miraba fijamente a su alrededor, a todos los chicos, retándolos a que la criticaran, retándolos, de hecho, a pensar lo que quisieran de ella”.
Mood 2021 AF.
El maridaje
Nada me gusta más que un buen drama doméstico. Siento predilección por la miseria emocional de esas parejas de clase media que parece que tienen toda su vida resuelta pero no son más que desastres andantes que van al trabajo, comen tristes sandwichitos de atún, pagan facturas y esconden todos sus problemones tras una cortina de buenas maneras y cenas de parejas los sábados por la noche.
Es por eso que os recomiendo una serie brutal, magnífica y tan actual que parece mentira que se rodase en 1973: ‘Secretos de un matrimonio’ de Bergman (la tenéis en Filmin, sí). Seis capítulos que van directos a las entrañas y que casan a la perfección con la lectura que os recomiendo. Es como si los dos protagonistas de la serie y los dos protagonistas del libro pudieran reunirse un sábado noche y fingir de cara a la galería que todo va bien para después volver en un silencioso viaje en coche en el que a ella se le escapa la fatídica frase “Creo que nunca volveré a ser feliz”.
¿Te ha gustado esta carta? ¡Compártela!
¿Te ha llegado esta carta y no estás suscrita? ¡Suscríbete!
¿Tienes algo que decirme? Puedes encontrarme en Twitter o Instagram.