Relajar el ceño 😠
En el primer párrafo de ‘La única historia’ el escritor inglés Julian Barnes te lanza la siguiente pregunta: “¿Preferirías amar más y sufrir más o amar menos y sufrir menos? Creo que, en definitiva, esa es la única pregunta”. Esta novela es una historia de amor: la de un universitario de diecinueve años que se enamora de un ama de casa cuarentona, casada y con dos hijos, a la que conoce en el Club de Tenis de sus padres durante un verano en Inglaterra en los años 60. Al margen de todo esto, y de lo refrescante que resulta que el punto de partida sea el enamoramiento de un jovencito de una mujer madura y viceversa, ‘La única historia’ es un tratado magnífico sobre el AMOR en mayúsculas.
Preguntándole a Google sobre el amor no encuentro más que lugares comunes. Baudelaire, que debía ser un ególatra como para aguantarlo con dos copas encima, dijo: “El amor es el anhelo de salir de uno mismo”. Stendhal, que es un escritor magnífico, sobre el amor nos regaló la siguiente moñada: “El amor es una maravillosa flor, pero es necesario tener el valor de ir a buscarla al borde de un horrible precipicio”. Joder, Stendhal. Einstein, que maltrataba psicológicamente a su esposa, dijo: “El amor es la fuente de energía más poderosa del mundo”. Y la fuente de trabajo gratuito y nunca reconocido, supongo. La Madre Teresa de Calcuta, que dime tú, dijo la siguiente frase de cuñado a las tres de la mañana antes de entrarle a la rubia de la barra: “El amor, para que sea auténtico, debe costarnos”. Barnes, que sabe más sobre el amor que todas estas personas juntas, dice: “El amor es como la enorme y súbita relajación de un ceño fruncido”.
Con esto quiero ilustrar que escribir bien sobre el amor no es un asunto sencillo: es fácil caer tanto en la cursilería de los comienzos como en el histrionismo de los finales. Es fácil confundir amor con la necesidad imperiosa de sentirse querido, como creo que le pasa a Baudelaire. Con dependencia, como Einstein. O con la idea de dificultad y sacrificio, como Madre Teresa. Creo que si sientes la necesidad de utilizar una palabra cuyo origen es el desangramiento de animales como culto a los dioses para hablar del funcionamiento de una relación sentimental es que no estamos hablando de amor en absoluto.
Supongo que esto tiene que ver con esa historia que nos han contado: la historia de amor universal y única, la del comer perdices y hasta que la muerte nos separe. La historia que leímos desde niñas en los cuentos de príncipes y princesas y vimos de adolescentes en ‘Pretty Woman’. La que intuimos en las escenas de matrimonio que nos regalaban esos amigos de nuestros padres que llevaban veinticinco años casados y no se soportaban pero nunca se plantearon el divorcio o aquella que vimos en las lágrimas de esa amiga que siempre estaba de broncas con su novio o de reconciliaciones de pétalos de rosa en La Tagliatella.
Todas hemos sido víctimas del mito del amor romántico: de la idea de que estás incompleta si no encuentras a tu media naranja, de que los polos opuestos se atraen y de que los que se pelean se desean. De que amor es sinónimo de sacrificio, de lucha o de concesiones, como si en lugar de parejas tuviéramos rivales. La idea de que discutir es normal. De que también es normal dejar de ser un poco la persona que eras antes de tener pareja, como si hubiera cosas que estaban mal en ti y, por fortuna, hubieras encontrado a una persona que te las señalase. De que los celos o el control son una reflejo de lo que le importas a la otra persona. De que el amor puede con todo y con más.
Bueno, pues hemos sido engañados, que diría la sabiduría popular de Internet. El amor es mucho más simple que todo eso. También es infinitamente mejor que todo eso. “No funciona así”, que respondería Susan MacLeod, la protagonista de la novela, “el amor es elástico. No atenúa nada, más bien añade. No te limita. Así que no tienes de qué preocuparte”. No tienes de qué preocuparte. Cuando llega el amor suele ser sencillo y hacerte sentir bien, lo demás es puro mito.
Al final, lo único que debes preguntarte sobre el amor es lo siguiente: ¿qué pasa con mi ceño cuando estoy con esa persona? Esa es la única respuesta.
Feliz lectura.
La frase
“En cuanto han desaparecido, las cosas no se restauran; ahora lo sabía. Un puñetazo, una vez asestado, no puede retirarse. Las palabras, una vez dichas, no pueden no haberse dicho. Podemos seguir adelante como si nada se hubiera perdido, nada se hubiera hecho, nada se hubiese dicho; podemos proclamar que lo olvidamos todo; pero nuestro fuero más íntimo no olvida porque nos han cambiado para siempre”.
Por si alguien necesita urgentemente respuesta a la pregunta: “¿por qué ya no me siento igual que antes?”.
El maridaje
Una estrofa de una canción que me parece preciosa y que bien podría tratar de amor o de estar completamente ciega en un bosque dice así: “Quiero estar / en un árbol / mirándote a ti / mirando a los árboles”. La canción es del año 1986 y pertenece al grupo neoyorkino Eleven Pond. El tema me encanta porque creo que resume muy bien ese inicio de enamoramiento donde lo único que quieres es mirar a la otra persona cuando está a sus cosas. Y encima te lo puedes bailar.
Si antes decía que escribir sobre amor sin caer en la cursilería o el dramatismo es complejo, imagínate lo difícil que es cantar sobre ello. Pensar en canciones de amor es pensar en baladas. Y aunque haya baladas que me fascinan (desde Your Song de Sir Elton John a Lover de Taylor Swift) para mí el amor es algo mucho más parecido a lo que sientes cuando estás bailando. Como decía antes: todo es mucho más sencillo y te hace sentir bien.
¿El maridaje de esta semana? Nueve canciones de amor, una pizca de desamor y de todo lo que pasa entre medias en una relación: amor en una pista de baile.