Personas tóxicas ☣️
Hay palabras y adjetivos que se ponen de moda de repente y pronto se estiran y desgastan como vaqueros viejos por un uso demasiado extendido y no siempre bien entendido. Un claro ejemplo de esto es cuando se puso de moda describirse o describir a otros con la palabra ‘bipolar’. “Es que es un poquito bipolar”, decían de aquel que había dejado a su última novia por WhatsApp. “Yo es que soy un poquitito bipolar”, decía la completa desconocida que te acababa de contar su vida sentimental mientras esperabais en la cola del baño de chicas. Ser “un poquito bipolar” fue la excusa perfecta para todos aquellos que eran un poco gilipollas o un poco incapacitados emocionales en esos tiempos en los que todos banalizábamos la salud mental.
Años más tarde lo que se puso de moda fue el calificativo de ‘tóxico’.
“¿Qué es una persona tóxica?”, “¿Está usted en una relación tóxica?”, “Cómo alejarse de un amigo tóxico” o “14 tipos de personas tóxicas que deberías empezar a identificar” fueron titulares que empezaron a proliferar cada vez más en medios (algunos de ellos creo que los escribí yo) y de ahí al uso popular. Una persona tóxica se definía a grandes rasgos como cualquier persona que nos estuviera haciendo daño. Y esto es un concepto amplísimo y subjetivísimo que nos permitía amoldar el término de moda a nuestras propias experiencias. Por ejemplo, si tu mejor amiga te llamaba todos los santos días estabas sin duda ante una persona tóxica que no te dejaba tener tu propio espacio PERO también lo estabas si no te llamaba nunca y siempre tenías que llamar tú. Una ‘persona tóxica’ podía ser todo y, por tanto y como suele suceder, una ‘persona tóxica’ no era nada en particular.
Lo que me llamaba la atención en todas esas definiciones periodísticas y humanísticas sobre la toxicidad es que en ese grupo tan elástico de personas tóxicas jamás se mencionase al tipo de ser humano al que yo siempre he querido apartar de mi vida: los motivados, los excesivamente entusiastas, los del vaso siempre medio lleno y las buenas vibras only, los de las frases de Mr. Wonderful como copy en sus fotos de Instagram. ¿Por qué esos gusiluces puestos de metanfetamina que te dicen que “siempre se pone más oscuro antes del amanecer” en el funeral de tu padre nunca se incluyen en esas listas de “personas que deberías eliminar de tu vida”? ¿Por qué solo aparecemos en ella los desquiciados, los superados por la vida, los sarcásticos, los egocéntricos o los adorables pesimistas de copa de vino como yo?
“En el momento en el que todo es posible, en el momento en el que yo habría arriesgado la piel para mantener mi rango de ser vivo” dice un hombre que sabe que pronto va a morir “mi hijo quiere calma y tranquilidad. Yo, cuyo único terror incesante ha sido el de la monotonía de los días, yo, que he empujado las puertas del infierno para alejar a ese enemigo mortal, he engendrado a un amante del windsurf”. La frase pertenece a la brillante novela ‘Una desolación’ de Yasmina Reza. Una novela peculiar, no apta para todos los paladares, puesto que se trata del monólogo de un padre en el final de sus días que decide expiar con su hijo todos esos rencores que no desea llevarse a la tumba. Es un libro para todas aquellas a las que, como a mí, les gusta una buena dosis de mala leche. “Alejar el sufrimiento, esa es vuestra epopeya. Os presento a mi hijo, de la pandilla de las flores cortadas. Hubiera preferido a un hijo criminal o terrorista antes que a un militante de la felicidad”, escribe Reza.
Quizás ‘militante de la felicidad’ sería la descripción que utilizaría para explicar qué entiendo yo por ‘persona tóxica’. No me malinterpretéis, no estoy en contra de la felicidad. Faltaría más. Tampoco estoy en contra de que la gente la busque donde considere que puede encontrarla, ya sea en un after a las 12 de la mañana o haciendo alpinismo. Lo que me cabrea es la positividad tóxica, la felicidad absurda del 2x1, las frases motivacionales y los ‘si quieres puedes’. Lo que detesto es el neoliberalismo de la felicidad: la obligación de ser feliz a toda costa y en todo momento, de buscar siempre, siempre, siempre el lado bueno, de alejar todo lo malo a golpe de sonrisas, de ‘pa’fuera lo malo’ y de pensar que si estás triste o deprimido es cosa tuya y simplemente cuestión de actitud. Creo que para apreciar la luz también es necesario abrazar, de vez en cuando, nuestras sombras.
Y es precisamente en las sombras donde me gusta encontrarme con mis amigos. Porque creo que precisamente ahí, en las cosas malas, en la rabia, en la incoherencia, en el error, en la vergüenza, en la envidia, en la pena, en la ansiedad, en la tristeza y en todos esos lugares sobre los que la gente nunca quiere hacer militancia es donde más humanos se vuelven. Y la humanidad nunca puede ser algo tóxico.
Feliz lectura.
La frase
“¿Te acuerdas de aquel tema para una redacción? Uno se pasea por el bosque y le choca lo pintoresco. Un retrasado mental escribió: Yo me paseaba tranquilamente por un sendero cuando, de repente, hábilmente oculto detrás de un árbol, apareció el pintoresco y chocó conmigo. ¿Te acuerdas de cómo nos reímos? Lo más divertido era el hábilmente oculto detrás de un árbol. Bueno, ya ves, para mí en los últimos tiempos el desánimo es exactamente eso. Me paseo despreocupadamente cuando, de repente, hábilmente oculto en el decorado, surge el desánimo y choca conmigo. Con un peso, con una fuerza que no puedes ni imaginar. ¿Y qué hago para combatirlo? Me tiño. Cuando el desánimo existencial, sin avisar, se cierne sobre él, tu padre se tiñe”.
100% identificada con llevar a cabo acciones absurdas y, en general, bastante consumistas para alejar el desánimo.
El maridaje
Ácido. Ese es sin duda el sabor que marida con esta novela. El cóctel perfecto para combinar debería llevar algún cítrico.
Siempre me han parecido asombrosas las coctelerías: hay una parte de alquimia y una parte de adivinación. Me rechifla cuando el barman te hace preguntas tan íntimas que parece que estás en una sesión de terapia: “¿Qué detestas? ¿Te gusta el ácido? ¿Te consideras una persona de dulce?” y luego desaparece tras la barra para traerte un elixir hecho en función de tus gustos y de tu personalidad.
La última vez que viví una de estas experiencias mágicas fue en Savas Bar, una coctelería íntima en Lavapiés a la que me llevaron dos buenos amigos y trendsetters de mi corazón, pero aquí tenéis una selección más amplia de los mejores lugares a los que podéis ir en Madrid para pedir algo con un puntito ácido.
Y si no sois de Madrid, no os preocupéis: os dejo las recetas de mi cóctel de aperitivo preferido, el Apperol Spritz, con una naranja bien amarga, y del clásico Tom Collins, que es como una refrescante limonada que además te emborracha. Todo a favor. ¡Chin, chin!
Si te ha gustado esta carta siempre puedes compartirla con tus amigas. A nadie le viene mal tener a mano la receta de un Apperol.
Y recuerda que puedes contarme lo que sea que estés pensando respondiendo a este mismo email o a través de mi cuenta de Instagram o de Twitter. Tranquila, que no muerdo.