One is not the loneliest number 💅
“La verdadera soledad”, escribe Edith Wharton, “consiste en vivir entre toda esa gente encantadora que solo te pide que finjas”. Esta frase parece casi un mantra vital si atendemos a la increíble biografía de esta escritora, una mujer que solo puede definirse a través de la palabra ‘contradicción’. Es decir: una señora de las que nos encantan.
Criada en el seno de una familia rica de Nueva York a finales de 1800, tuvo acceso a una educación privada que pocas mujeres podían permitirse. Cuando se casó a los 23 años y se mudó a su hogar de casada, compró la casa de al lado para que “el servicio no se hiciese notar” y, sin embargo, no tuvo ningún problema en marcharse a Europa, bajarse a las trincheras y documentar de primera mano todo lo acontecido en la Primera Guerra Mundial como reportera, recorriendo la línea de frente a veces en su propia motocicleta. Amante y admiradora de una Europa en plena destrucción, cruzó el Atlántico unas 66 veces y dijo de su propio país que era una nación “sin el menor sentido de la belleza que comía plátanos en el desayuno”. Con esto, definió a toda esa gente con la que se había criado y crecido, a toda esa gente con apellidos como de Gossip Girl (Vanderbilt, Rockefeller, Carnegie) poco menos que como orangutanes con trajes caros.
Hizo dos veces el Camino de Santiago, tomaba el té con Henry James en París, quien la animó a seguir escribiendo y, en concreto, a escribir sobre Nueva York. Su primera publicación fue un libro sobre decoración donde establece las máximas para tener una casa victoriana decente, pero ella fue todo salvo el arquetipo de una señora victoriana decente. Se casó y se divorció. Tuvo muchos amantes, no todos hombres. Fue la primera mujer en ganar el Pulitzer por ‘La edad de la inocencia’ y la primera mujer nombrada Doctor Honoris Causa en la Universidad de Yale y, sin embargo, se declaró antifeminista cuando otras mujeres demandaban el sensato sufragio universal. Estaba obsesionada con sus perros: su casa tenía un cementerio para sus perros, escribía relatos y poemas sobre sus perros, e incluso dijo en una entrevista que sentía que podía hablar con sus perros. Autores como el propio James, Hemingway o Scott Fritzgerald la admiraban, pero nadie parece acordarse hoy tanto de Wharton cuando se habla de sus coetáneos.
De Edith Wharton recomendaría cualquiera de sus novelas, porque es esa comfort food que tan bien sienta en esos días en los que no eres capaz de moverte del sofá: un alivio suave y placentero a los malestares de la vida cotidiana. 'La Solterona' es una pequeña muestra de todo el universo de esta escritora, una novela cortísima que narra la historia de una mujer que debe renunciar a la vida plácida y segura que le estaba destinada por cometer un pequeño desliz de juventud (quedarse embarazada) y por escuchar consejos (no del todo bienintencionados) de su círculo cercano.
Ya sabemos que los ricos también lloran, aunque sus lágrimas nos dan menos pena. Wharton plasma sus llantinas de una manera empática y encantadora. Relata con muchísimo humor las costumbres y pequeñas hipocresías de este reducto de personas que se empecinaban en vivir como sus abuelos y tatarabuelos porque el mundo de ahora les resultaba aterrador. Para ellos no había mayor escándalo que un divorcio, ni una criatura más terrorífica que una mujer soltera.
El tema de la renuncia a la propia a la felicidad para mantener las apariencias y el estatus es el tema más recurrente en la obra de Wharton, y quizás con lo que más nos podemos identificar: ¿quién no ha hecho cosas que en realidad no quería por no decepcionar o hacer sentir mal a los demás? O peor todavía, ¿quién no ha hecho alguna vez algo que no era lo que quería hacer por escuchar consejos de amigos o familiares?
Estoy completamente de acuerdo con su definición sobre la soledad. La soledad no es sinónimo de estar sola, sino de estar rodeada de gente que no te comprende o que prefiere que actúes según sus parámetros a que seas de verdad feliz. No me acuerdo quién me dijo una vez que los verdaderos amigos son los que te demuestran estar a tu lado en tus horas más bajas, pero también en las más altas. Nuestra tristeza es, a menudo, más llevadera para otros que nuestra felicidad. Porque hay quien no soporta ver a una persona libre, que ha tomado las decisiones que quería, y a la que encima le ha salido bien la jugada. Quizás Wharton, que fue tan admirada como criticada por su estilo de vida, parece gritarnos desde el fondo de todas sus líneas la importancia de vivir como queramos, de buscar nuestra propia felicidad sin fijarnos en lo que esperan los demás de nosotros, y de recordarnos que a la hora de elegir no hagamos caso a las habladurías y opiniones ajenas, sino a los dictados de nuestro corazón.
Feliz lectura.
La frase
“Tina estaba acostada con una terrible jaqueca: era, en aquellos tiempos, el estado adecuado para una joven enfrentada a un dilema sentimental”.
Siempre sentí predilección por las señoras que lloran en divanes.
El maridaje
Y hablando de ‘Señoras que lloran en divanes’… hace mucho tiempo hice una lista de Spotify increíblemente petarda con este mismo título donde reuní a señoras tan dramáticas como Kikí d’Akí, Cecilia, Mari Trini, Jeanette, La Prohibida o Fabio McNamara.
¡Qué grandes letristas tenemos en España! La canción ‘Accidente’ de Kikí D’Akí, una de mis favoritas de la lista, trata sobre un ama de casa que descubre que su marido tiene una amante pero decide no darle importancia aunque se muera de celos y dice que es como “una tormenta en una bola de cristal, es ese tornado que limpia el polvo en tu hogar, es el tonto incendio de un bistec a medio hacer, es el gris naugragio en una tacita de té”. ¿No es genial?
Os invito a escuchar esta lista recostadas en un sofá minutos después de haber mandado aleatoriamente un mensaje de WhatsApp diciendo “Tenemos que hablar” a cualquiera de vuestros contactos para, de verdad, regodearos en el drama de vivir.
¿Te ha gustado esta carta? Aquí puedes compartirla.
¿Te ha llegado por casualidad y te ha gustado? ¡Suscríbete!
Y recuerda que siempre puedes contarme lo que quieras contarme en sitios tan desagradables como Twitter y tan bellos como Instagram.