Madre no hay más que dos 👶
Mi madre me confesó en una ocasión que cuando yo nací dejó de dormir tan bien como dormía antes. Le pregunté si se debía a que yo fuese una niña muy llorona o muy inquieta y me dijo que no tenía nada que ver con eso, sino con que durante mis primeros meses de vida le entró una preocupación tremenda por si me moría de repente. En mi casa siempre hemos sido personas muy melodramáticas pero creo que, en concreto esto, es una preocupación bastante común entre las madres primerizas, y por eso suelen acercarse con tanta frecuencia como sigilo a la cuna para comprobar si su bebé respira.
También me contó que, cuando empecé a ir al colegio, comenzó a tener unas pesadillas horribles con raptos que sucedían durante el trayecto de ida o de vuelta. Y más tarde, cuando llegué a la adolescencia, lo que le quitaba el sueño era la idea de que pudiera tener un accidente o que me pudieran secuestrar, y solo dormía tranquila cuando escuchaba mis etílicos y tambaleantes pasos llegando a casa de madrugada. “Qué horror, mamá”, le dije, “me estás describiendo la maternidad como una angustia constante en el pecho”. También me llamó mucho la atención la idea recurrente del secuestro y, en esta sesión de psicoanálisis de parvulito que le hice a mi madre mientras tomábamos café, le pregunté el por qué: “Porque si te mueres te mueres, Bea”, me dijo. “Sería tristísimo” añadió, “se me caería el alma, pero se pasa por el proceso de duelo y, aunque no lo superes jamás, aprendes a convivir con ello pero, ¿un rapto? No me puedo imaginar el horror de que tu vida se convierta en una búsqueda eterna, que no tengas punto y final, que nunca encuentres la paz”.
En ‘Casas vacías’, Brenda Navarro utiliza como punto de partida ese mismo terror que tenía en vela a mi madre y a otras muchas madres alrededor del mundo: una madre lleva a su hijo al parque una mañana y, unos minutos más tarde, su hijo desaparece. Y aquí empieza el viaje de esta angustiante novela: "El que desaparece se lleva de ti algo que no vuelve; se llama cordura", escribe Navarro.
Pero lo que aparentemente es la historia sobre un secuestro es, en realidad, un relato atroz sobre la maternidad y lo que la sociedad espera de la figura de la madre. Las protagonistas de la novela son, por un lado, la madre que busca a su hijo desaparecido y, por otro, “la madre” que secuestra al hijo de la otra. Por eso este también es un relato de lo que la sociedad piensa de las mujeres sin hijos, aquellas mujeres que anhelan a los niños que no tienen todavía o que, por determinadas circunstancias, no podrán tener nunca.
Pienso en muchas ocasiones en esta idea de la madre perfecta. Y en si sería posible seguir una serie de normas para encajar mejor en sociedad y no recibir críticas. Entonces me doy de bruces con la cantidad de mensajes contradictorios que existen sobre la idea de maternidad: parece que las madres no pertenecen al ámbito privado, sino al público –porque los niños son nuestro futuro y, por tanto, yo (persona random que te sigue en redes sociales) tengo derecho a decirte a ti (madre) cómo deberías criarlos y educarlos aunque el único ser vivo que tenga en casa sea un cactus pocho–, y por eso tendemos a juzgarlas constantemente.
No gusta la madre abnegada porque es un concepto pasado de moda, porque ahora la maternidad es divertida y se lleva a juego con tu trabajo, tu gimnasio y tus hobbies, ¿una mujer que solo se dedica a la crianza de su bebé? Qué poco empoderante. Ah, y si eres de esas madres enamoradas de sus bebés, espero que al menos no seas una madre quejica, que si tienes hijos es porque quieres y nadie te ha obligado a tenerlos. Pero tampoco gusta la madre que combina demasiado con otras cosas, esa madre que no prepara cenas ni baños, que entra y sale con muchísima frecuencia y que olvida o descuida aquello que se considera “lo más importante”. No gusta la no madre, la que tiene claro que no quiere traer hijos al mundo, porque eso es algo “antinatural” y porque “ya te llegará el momento” y todas esas frases que muchas de nosotras hemos escuchado tantas y tantas veces. Pero me atrevería a decir que todavía gusta menos la no madre anhelante, aquella que tiene muy claro que sí quiere tener hijos, que espanta a todos los hombres en una primera cita y a la que se retrata como una especie de bruja perversa a la espera de engañar a cualquier pobre desgraciado que se le acerque pinchando sus preservativos para quedarse embarazada. Y, sin duda, diría que la peor de todas ellas es la madre arrepentida, un concepto tan tabú que se considera prácticamente inexistente y que la socióloga Orna Donath exploró en un ensayo titulado ‘Madres arrepentidas: una mirada radical a la maternidad y a las falacias sociales’ que fue todo un éxito cuando se publicó allá por 2016 por arrojar luz sobre una realidad negada durante siglos.
‘Casas vacías’ conjuga a la perfección todas esas realidades, todas esas maternidades y no maternidades, de una forma tan brutal como contundente, porque al tratar un tema que consideramos tan opinable como la maternidad, no puedes evitar convertirte en ese juez moral que tantísimo te repugna y, al mismo tiempo, en ese ser empático que se pone en la piel del otro que todos deberíamos ser más a menudo.
Feliz lectura.
La frase
“Todos los hombres juntos son más ruidosos y estruendosos que todas las mujeres y sus lágrimas. Todos, todos incluidos, parloteaban y se oían a sí mismos mientras nosotras mirábamos confundidas e impávidas, porque eso era lo que había que hacer: ser las casas vacías para albergar la vida o la muerte pero, al fin y al cabo, vacías”.
Emoji del corazón roto.
El maridaje
Lamento comunicaros que esta lectura os puede revolver el estómago. No es algo digestivo, por lo que el maridaje perfecto para ella sería un Omeprazol. Sin embargo, siempre he considerado que los disgustos se llevan mejor con algo calentito en el cuerpo, así que comparto con vosotras mi receta de la crema de calabaza, perfeccionada durante años a base de prueba y error.
Cremita de calabaza alla Beatriz Serrano
Ingredientes:
Media calabaza
Tres zanahorias
Una cebolla pequeña
Medio boniato
Un litro de caldo de ave o, si eres vegetariana, de verduras
Un dadito de jengibre
Leche de coco
Cilantro (opcional)
En una olla grande mezclar el caldo escogido con medio bote de leche de coco. Cortar la zanahoría en dados pequeños (suele tardar más en cocer), la cebolla en dos trozos, el boniato y la calabaza en dados iguales y un dadito de jengibre (esto al gusto, yo a veces le pongo más). Todo al caldo. Una pizquita de sal. Llevadlo a ebullición y luego dejad que se haga a fuego más bajo. No debería tardar más de 25 minutos en estar blandito. Cuando esté todo blandito, le pasas la batidora. ¿Puede ser más sencillo? Yo digo no.
Para servir: poner la cremita en el cuenco más bonito de la casa y cortar unas hojitas de cilantro para espolvorear por encima.
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