La vista desde un rascacielos 🌇
“Todos queremos ver el mundo desde arriba, pero muy pocos pueden hacerlo desde su propia habitación”, escribe Andi Schmied. Schmied es una fotógrafa de Budapest que durante un viaje a Nueva York subió a un Empire State repleto de turistas y se sorprendió al ver la cantidad de edificios a su alrededor que eran mucho más altos que uno de los edificios más famosos del mundo. Pronto se dio cuenta de que la mayoría de esos todopoderosos rascacielos situados por encima de cualquier otra vista eran pisos privados de lujo a los que una mujer como ella jamás podría acceder. O quizás sí.
Andi dejó de ser Andi y se convirtió en Gabriella, una rica arquitecta extranjera, casada con un marchante de arte, en búsqueda de un nuevo hogar en los Estados Unidos. Bajo este seudónimo y esta falsa historia, y con el objetivo de regalar al grosso de los mortales unas cuantas instantáneas a vista de rico que culminarían en formato libro, concertó varias citas con agentes inmobiliarios que le abrieron las puertas y las panorámicas de aquellos pisos que tan solo el 1% de la población se puede permitir. Schmied no solo fotografió aquellas vistas con la excusa de enseñárselas después a su marido, sino que también grabó las absurdas conversaciones que los ricos suelen tener con los agentes inmobiliarios. Tal y como explicaron en el artículo dedicado a la artista y su proyecto en The New Yorker, aquello pasó de ser un proyecto fotográfico a un proyecto antropológico.
Lo que más me llamó la atención de toda esta historia se encontraba al final: la fotógrafa descubrió que la mayoría de los pisos de aquellos rascacielos estaban vacíos. Algunos porque no se llegaban a vender y otros porque se habían vendido como inversión, pero nadie los habitaba. Esas vistas que Andi Schmied quería regalar al mundo de quienes vivimos más pegados al suelo ni siquiera serán disfrutados por otras personas. La imagen de aquellos preciosos rascacielos vacíos y solitarios se clavó dentro de mí durante semanas.
En junio de 2016 tuve la suerte de ver todos aquellos rascacielos desde abajo. Aquel año decidí irme de vacaciones sola a Nueva York. Es curioso cómo en una ciudad tan habitada, con tantísimas posibilidades y con tantas personas chocando contigo cuando te paras a mirar una dirección te haga sentir tan sola. Tengo la teoría de que son esos rascacielos: el hecho de tener siempre unos edificios tan altos a tu alrededor termina haciéndote sentir muy pequeñita. Nunca me había sentido tan sola como me sentí en Nueva York. Nueva York es excitante y pasan muchas cosas todo el rato pero, igual que la pregunta del árbol cayendo en mitad del bosque, ¿cuentan todas esas emociones si no las puedes compartir con nadie?
‘La ciudad solitaria’ de Olivia Laing, editado en España por Capitán Swing, es uno de mis ensayos preferidos. Habla sobre la soledad y está ambientada, precisamente, en Nueva York. “¿Qué se siente al estar solo? Es una sensación parecida al hambre mientras alrededor todo el mundo se prepara para un banquete. Produce vergüenza y miedo, y poco a poco estos sentimientos se irradian al exterior, de manera que la persona solitaria se aísla progresivamente, se distancia progresivamente. La soledad avanza, fría como el hielo y traslúcida como el cristal, y encierra en un abismo a quien la padece”, escribe Laing. Fría como el hielo y traslúcida como el cristal, ¿no se asemeja la soledad a contemplar las vistas desde un rascacielos deshabitado?
Laing intenta entender su propia soledad a través de la soledad de otros. Y, por ello, repasa la vida de distintos artistas que convivieron con lo que hoy se considera una de las grandes epidemias de este siglo: un tema tabú, algo de lo que a nadie le gusta hablar y, sin embargo, un problema cada vez mayor en una sociedad que, irónicamente, te permite estar conectada con los demás en todo momento. La soledad se siente como un fracaso, quizás por el prejuicio con el que siempre hemos tratado a las personas solitarias, del ermitaño a la solterona, quizás precisamente por la falsa sensación de conexión que nos dan nuestras pequeñas ventanitas digitales. El arte, a menudo, expía todo aquello que no nos atrevemos a decir en voz alta y perdona esos defectos que de otro modo no nos perdonamos. Warhol, Hopper o Wojnarowicz pasean por las páginas de ‘La ciudad solitaria’ para explicarnos por qué no es lo mismo estar solo que sentirse solo, y por qué no hay peor soledad que la que se siente cuando estás rodeado de gente.
Quizás esta epidemia ha conseguido desestigmatizar un poquitín la soledad. Mucha gente se ha sentido muy sola y ha tenido el valor para reconocerlo. Y en lugar de sentir rechazo, han sentido como muchas otras personas decían “yo también” cuando su único vínculo con el mundo exterior fue a través de pantallas o balcones. En pandemia, nos he imaginado a todos en nuestros rascacielos de soledad, deseando volver a bajar a tierra.
Una de aquellas noches que pasé en Nueva York regresé de Brooklyn a Manhattan en tren. En la estación, conocí a una pareja estadounidense muy amable que me ayudó a solucionar un problema que tuve con mi ticket. Nos sentamos juntos y charlamos. Me hablaron de lo difícil que es buscarse la vida en una gran ciudad, de que todo el mundo parece ir a lo suyo, de que nadie ayuda a nadie porque siempre camina con prisa. Me hablaron de soledad. Al cruzar el puente de Williamsburg, la chica me señaló la ventanilla del tren y me dijo “Mira, estas son mis vistas preferidas de Nueva York”. La ciudad se recortaba luminosa ante nosotras y los altos edificios más famosos del mundo se veían ahora pequeños, lejanos e inofensivos. También se convirtieron en mis vistas preferidas. Me parecieron mucho más bonitas que las que se pueden ver desde cualquier rascacielos. Quizás porque alguien las estaba viendo conmigo.
Feliz lectura.
La frase
“Imagina que es de noche y estás al lado de una ventana, en la planta número seis, o en la diecisiete, o en la cuarenta y tres de un edificio. La ciudad se presenta como un conjunto de celdillas: cien mil ventanas, unas oscuras, otras inundadas de luz verde, blanca o dorada. Muchos seres desconocidos van de un lado a otro, atareados en sus asuntos en estas horas de intimidad. Los ves, pero no puedes alcanzarlos, y es así como este fenómeno urbano tan común, que puede observarse cualquier noche en cualquier ciudad del mundo, produce hasta en las personas más sociables un temblor de soledad, una inquietante combinación de aislamiento y exposición”.
O por qué es más fácil sentirse sola en mitad de la ciudad que en mitad del bosque.
El maridaje
Nada mejor que maridar esta carta con las vistas de las que os he estado hablando en todo momento. En esta entrevista a la artista Andi Schmied en Vice, donde además habla de la cantidad de tonterías que incluyen estos apartamentos para el 1%, tenéis unas cuantas.
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