La novia en la boda 👯♀️
¿Alguna vez os ha caído un poco mal el nuevo novio de alguna de vuestras mejores amigas? Yo debo reconocer que sí, que alguna vez. De hecho, así en petit comité, os confesaré que me caen mal siempre. Al menos de primeras. Suele suceder que mis amigas son todas deidades que tenemos la suerte de tener entre nosotros, en la Tierra, y que solo merecen que el resto de la humanidad les rinda culto y que beban los vientos por ellas. Y ellos, bueno, tan solo son h o m b r e s. You know what I mean.
Siempre que una de estas diosas me presenta al mortal sobre el que han decidido posar sus hermosas y larguísimas pestañas la escena fluye de la siguiente forma: él, contento de conocer a una de las mejores amigas de su novia, se muestra simpático y amable y siempre termina sacando la cartera primero a la hora de pagar [1]. Yo, también simpática y amable y haciéndole sentirse en un lugar seguro, analizo desde el otro lado de la mesa todos los detalles que puedo sobre su esencia y existencia. Al tiempo que bebo vino y suelto ciertos chascarrillos, estoy fijándome en cómo la mira a ella, en si mira demasiado su teléfono móvil, en si es maleducado o déspota con los camareros, en si ese comentario que acaba de hacer podría significar que es un fachorro de cuidado o en si esas entradas significan que se va a quedar calvo dentro de cuatro años. Mi cuerpo es como un programa de variedades, mi mente es una oficina de la Gestapo. Al poco se me pasa: me basta ver que trata bien a los camareros, que no es un negacionista del cambio climático y que mi amiga parece feliz para empezar a cogerle cariño a ese humanoide.
Solía pensar que mi alzamiento de ceja ante los nuevos novios de mis mejores amigas se debía a que, en el fondo, soy una persona maravillosa que solo quiere lo mejor para sus amigas. Y porque mis amigas son personas maravillosas que solo merecen lo mejor. Después me di cuenta que esto tenía más que ver con el La Primera Gran Traición y no tanto con mi bondad intrínseca.
Todas hemos vivido La Primera Gran Traición. Es ese momento en la vida, alrededor de los 13 años, que se da cuando tu mejor amiga, tu amiguita del alma, se empieza a enrollar con un chico y tú, por lo que sea (es decir, porque todavía no tienes tetas), no. Y a ti no te queda otra que: a) enrollarte con otro chico del grupo que no te interesa lo más mínimo para no pasar sola todas las tardes o b) pasar sola todas las tardes. Descubres, totalmente escandalizada, cómo tu mejor amiga, tu amiguita del alma, prefiere pasar el sábado tarde moneando con un zagal lleno de acné que huele a calcetín sudado que alquilando Scream por decimoquinta vez contigo, que hueles a Fructis. Pero tu amiga no te deja del todo de lado, no. Tu amiga te utiliza para verter sobre ti todo el asqueroso amor que siente por él. Y así te enteras de cuáles son los grupos preferidos de él (todos horribles), cuáles son sus películas favoritas (abominables) y hasta en qué tiendas le gusta que le compre la ropa su madre. Y el patio de recreo también se convierte en una tortura, con un grupo de crías convertidas en viejas del visillo cuya única conversación gira ya en torno a los chicos y sobre lo que los chicos hacen con las chicas y sobre lo que las chicas deberían hacer con los chicos. Y, poco a poco, se va abriendo una brecha entre tu mejor amiga, tu amiguita del alma, y tú. Porque ella ya es una adolescente y tú sigues siendo una cría demasiado frágil, sensible y plana todavía para unirte al complejo mundo de los adultos. Y te sientes traicionada porque el paso de la infancia a la adolescencia no lo ha hecho cogiéndote la mano, sino agarrando la mano de un chaval. Fin.
De adulta no es exactamente igual pero hay un punto, un puntito muy pequeño, en el que es parecido. Sabes que si la relación de tu mejor amiga florece os veréis un poquitín menos, que haréis otros planes, que las cosas serán distintas. Y aunque te alegres mucho por ella, a menudo, entre ese primer vino y el segundo delante del nuevo novio de tu mejor amiga, sientes una especie de vértigo en la boca del estómago. Un madremíayahoraqué. Porque no solo te has fijado en cómo él la mira a ella sino en cómo ella le mira a él. Y pides otro vino más y te dices, bueno, pues qué cosa, pues a partir de ahora seremos tres.
(¿Recordáis que esta newsletter iba sobre libros? Lol)
En 1962 Dorothy Baker publicó la novela ‘Cassandra en la boda’. Y, hace seis años, la editorial Contraseña nos la rescató del olvido en una edición cuidadísima y preciosa, y cuya portada no pude dejar de mirar desde que tuve la novela en mis manos. ‘Cassandra en la boda’ va de todo lo que os acabo de contar, pero contado mil veces mejor: Cassandra regresa a su casa familiar para sabotear la boda de su hermana gemela Judith con un joven y prometedor médico al que Cassandra ni siquiera conoce pero, por supuesto, ya detesta. Cassandra nunca se ha sentido una persona completa, sino la mitad de su hermana gemela y, el hecho de que esta decida poner punto y aparte a la relación que hasta entonces mantenían cambiando algunas cosas es algo que Cassandra no puede tolerar.
‘Cassandra en la boda’ es una novela sobre los miedos y sobre la dependencia. Sobre los cambios y las comparaciones con los demás. Sobre no sentirse cómoda siguiendo el camino que siguen los otros y, por tanto, sentirse incómoda cuando otros lo siguen sin que les cause tantas complicaciones como a ti. Una delicia trágica que, sin embargo, la ácida prosa de Baker convierte en menos tragedia.
No tengo hermanas, pero creo que es una novela especialmente resonante dentro del universo femenino. Creo que el universo femenino es muy dado a estos binomios: solemos tener una mejor amiga que es parte de quien somos. Es a quien le contamos todo y nos cuenta todo. Por la que daríamos un brazo si fuera necesario. Es también de las pocas personas a quien somos capaces de confesar nuestros demonios, porque mirarnos en sus ojos es casi como mirarnos en un espejo y, si alguien nos tiene que juzgar, que sea ella. Cuando su vida cambia, irremediablemente nuestra vida también lo hace. Un traslado a otra ciudad, una nueva relación, una boda o un bebé, da lo mismo. Un pequeño paso para ella es un gran paso para nosotras. A pesar de que la relación sea sana, a veces se generan determinadas dependencias, porque nuestros miedos son libres y fluyen libremente, y el miedo a perderla a ella es el miedo a perder también una pequeña parte de nosotras.
Feliz lectura.
La frase
“- Siempre has necesitado mucho más de todo que yo, ¿verdad?
Quise decirle que no me hacía falta tanto. Solo unas cuantas cosas básicas: tener fe en algo y cierta sensación de saber dónde estoy. Pero no lo hice”.
Cinco cosas hay en la vida: tener fe en algo, saber dónde estás, salud, dinero y amor.
El maridaje
No es casualidad que Baker escoja a dos hermanas gemelas para protagonizar su novela: las gemelas están cargadas de significados. El cuadro del maridaje de hoy se titula ‘The Cholmondeley Ladies’, data de 1600, y puede verse en la Tate Modern de Londres. No se conoce a su autor o autora, lo que sí es seguro es que la pintura pertenecía a una colección privada y todo apunta a que las protagonistas de la obra son las hijas de Sir Hugh y Lady Mary Cholmondeley. Lo que se sabe de ellas es que nacieron el mismo día, se casaron el mismo día y también dieron a luz a la vez. ¿No es fascinante? Si os fijáis, no son gemelas idénticas: una de ellas tiene los ojos azules y la otra los tiene marrones.
A raíz de esta lectura, decidí indagar un poquito más sobre el tema de las gemelas en el mundo del arte y di con un fantástico artículo titulado ‘Seeing double: a twin fixation in art and culture’: “Históricamente, dadas las altas tasas de mortalidad infantil, los gemelos eran una rareza”, explica la autora, que también tiene una hermana gemela; “glorificados en mitología clásica, en los siglos siguientes fueron tratados con una variedad de respuestas, desde la curiosidad hasta la sospecha, a menudo incluso con hostilidad”.
La autora hace un repaso interesantísimo a la historia de los gemelos y sus apariciones en el mundo del arte, desde Apolo y Artemisa a las terroríficas hermanas de ‘El Resplandor’, indagando en la fascinación que provocan dos personas aparentemente iguales. Además del intrigante parecido físico, durante años se creyó que los hermanos gemelos podían sentir lo que sentía el otro, incluso pensar las mismas ideas o leerse el pensamiento. El médico nazi Josef Mengele, que hizo terribles experimentos en campos de concentración, estaba especialmente interesado en gemelos que tuvieran ojos de distinto color, como las hermanas Cholmondeley.
Supongo que para los artistas, e imagino que también para Baker, los gemelos representaban todo un reto, como bien explica la autora del artículo: “Los gemelos proporcionaron a los artistas el desafío de capturar una simetría asombrosa, una similitud, pero también una diferencia matizada”.
En este caso, Dorothy Baker supera el desafío con nota.
[1] Desde aquí quiero dar las gracias a todos los novios de mis mejores amigas han sufragado mi juicio etílico sobre ellos. Puede que al corazón de los hombres se llegue por el estómago, pero al corazón de esta chica se llega por el esófago.
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