Especies invasoras 🐦
Hace poco menos de un mes hice una ruta con la Sociedad Española de Ornitología por Casa de Campo y Madrid Río. Confesaré, para todas aquellas lectoras que en estos momentos se encuentren arqueando la ceja, que yo tampoco esperaba este giro de guion en el que a mis 32 años lo que más me iba a apetecer una mañana de domingo fuese irme a observar aves, pero heme aquí, anonadada con la riqueza ovípara existente a escasos diez minutos a pie de mi propio nido.
Durante el trayecto, que duró unas cuatro horas, vimos pájaros de nombres tan bellos como el carbonero garrapino, el petirrojo, el herrerillo o el estornino pinto. También aves más comunes como mi querida y listísima urraca, el gorrión molinero (que se diferencia del gorrión común por tener dos lunares monísimos en las mejillas) o la paloma torcaz (que es como una paloma normal pero mucho más gorda). Al llegar a Madrid Río, nuestro monitor señaló hacia abajo y dijo “esos son dos Gansos del Nilo, una especie invasora”. El Ganso del Nilo puede verse con facilidad en el Lago de Casa de Campo y en Madrid Río. No hace falta ser ornitólogo para darse cuenta de que es un bicho salido del mismísimo infierno: más grande que los patos y con un porte erguido y arrogante, tiene una especie de máscara en tono rojizo en los ojos que le da un aspecto satánico, diabólico, vil. Y, en esta ocasión, las apariencias no engañan: el Ganso del Nilo es un cabronazo, un puto bully, que con su enorme presencia es capaz de aterrorizar a las pobres urracas y a los patitos que nadan tranquilos esperando un mendrugo de pan. Son peleones y buscabullas, han llegado creyéndose los reyes del mambo y no tienen pinta de marcharse pronto. Cuando le pregunté al monitor cómo habían llegado hasta aquí, me contó que se cuenta que dos de ellos (macho y hembra, I presumed) se escaparon de Faunia. Y ahora están por todas partes.
Me resultó curioso pensar cómo un hecho tan trivial y anecdótico es capaz de poner patas arriba todo un ecosistema: moldearlo, alterarlo, removerlo con una cuchara de palo hasta que, de esos lodos, surge una nueva forma de convivencia y de relación con el entorno. Y aquí, observando a esos dos gansos y proyectándolos como la estampita de todos los males, pensé en cómo la naturaleza es, en el fondo, un reflejo del individuo. O, siendo un poquito menos individualista, cómo los individuos no somos más que un reflejo de la naturaleza a la que —por mucho que nos empeñemos con nuestros iPhones en la mano y nuestras jaulas de cristal y ladrillo—, pertenecemos. Pensé en cómo estos Gansos del Nilo podían ser una metáfora perfecta de esos pensamientos intrusivos, negativos y recurrentes que, una vez escapados de nuestra Faunia mental, se tornan especies invasoras en nuestras vidas.
Y pensaba también esto porque acababa de terminar ‘Cómo no hacer nada’, el ensayo de Jenny Odell, a medio camino entre la autoayuda y la acción política, sobre cómo resistir a la economía de la atención en la era de las redes sociales, y cómo volver a conectar con nosotras mismas y con nuestro entorno. El clásico ‘desconectar para conectar’. “Ya en 1877”, escribe Odell, “Robert Louis Stevenson describía el ajetreo como un síntoma de una vitalidad deficiente y observaba ‘a unas personas vivas-muertas, estereotipadas, que apenas son conscientes de vivir salvo por el ejercicio de alguna ocupación convencional’. Y, después de todo, solo se vive una vez. Séneca, en su De la brevedad de la vida, describe el horror de volver la vista atrás y descubrir que la vida se nos ha escurrido entre los dedos”. Creo que no soy la única que ha utilizado el ruido para tapar el ruido. O dicho de otro modo: he utilizado la ocupación del scroll infinito de Instagram o TikTok para disociarme del mundo y las preocupaciones, para acomodarme en la parálisis en lugar de en la inquietud, para que los vídeos de huskys que hablan como personas o de recetas con mucho queso me salvaran de un día triste. Cualquier adicción, cualquier acto compulsivo, no deja de ser el trasfondo de una serie de conflictos internos, de miedos, terrores y vacíos. Al final, lo que pretendemos con el scroll infinito es no abrir las puertas de Faunia, ¿no?
Esta semana me puso un poco triste leer que Almeida, el Alcalde de Madrid, ha permitido matar a tiros a las cotorras argentinas, otra especie invasora, en el Parque Fuente del Berro. Dice que estas aves perjudican a la fauna autóctona y que además suponen, por el peso de sus nidos, un peligro para todos los madrileños. Como si los madrileños y madrileñas no tuviéramos mayores peligros en la ciudad que unos cuántos nidos en los árboles. Al leer aquello, pensé de nuevo en los Gansos del Nilo, esta vez con preocupación, y casi les pedí de manera silenciosa que no armasen tanta bronca mientras paseaba por el Lago, no vaya a ser que sean los siguientes. Y esto es lo curioso de las cosas que nos pasan, de los males menores y mayores que, si les prestamos atención, si no permitimos que se nos enquisten y nos empiecen a carcomer, simplemente nos cambian.
Feliz lectura.
La frase
“Una vez acepté el hecho de que cada cara que observaba (y procuraba observarlas todas) estaba asociada a una vida entera —a un nacimiento, a una infancia, a sueños y decepciones, a un universo de angustias, esperanzas, agravios y lamentaciones totalmente distintos a los míos— esa escena lenta se convirtió en algo casi imposible de absorber. Como decía Hockney: “Hay mucho que mirar”. Aunque he vivido en una ciudad casi toda mi vida adulta estaba anonadada por la densidad de experiencia vital que había metida en una sola calle”.
Cada vez estoy más convencida de que la única solución a todos los males es la empatía.
El maridaje
‘Inside’ de Bo Burnham, que tenéis disponible en Netflix, es, sin caer en exageraciones, algo así como el equivalente a la Capilla Sixtina hecha por un millennial. ‘Inside’ es un especial de comedia, que también es un musical, que también se asoma a tu interior y te devuelve todos tus miedos y ansiedades en forma de canción. Quizás os suenen algunos de sus temas porque se hicieron virales, como ‘White woman’s Instagram’ o ‘Jeffrey Bezos’.
El otro día vi este especial de nuevo y reparé en esta canción que antes había pasado desapercibida. ‘That funny feeling’: para mí, representa ese sentimiento extraño que tienes cuando desconectas un segundo y te alejas del enorme barullo que producen las noticias en el muro, las conversaciones y broncas ajenas en Twitter, los temas del día y los memitos. Representa el miedo que provoca parar.
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