Emma somos todas 💕
En 1848, un recorte de prensa llamó la atención de un escritor francés. Una joven de clase media llamada Delphine Delamare, casada con un médico, madre de una preciosa niña y habitante de Ry, un coqueto pueblo de la zona de Normandía, se había suicidado a los 26 años después de que sus deudas se acumulasen y sus affaires salieran a la luz. Resulta que el viudo de la joven, Eugène Delamare, se había formado bajo la instrucción de otro médico, Achille Flaubert, padre del autor de ‘Madame Bovary’, lo que permitió a Gustave Flaubert recopilar información suficiente para comenzar a escribir su historia.
No, espera. Se llamaba Louise Colet. Colet era una dama de alta sociedad parisina, poeta y con grandes inclinaciones artísticas, casada desde muy jovencita con un músico que le proporcionaba una vida tan tranquila como aburrida y que pronto comenzó a tener una larga lista de amantes, entre ellos el escritor Gustave Flaubert, con el que mantuvo una intensísima correspondencia. Tras la publicación de ‘Madame Bovary’, Colet advirtió con sorpresa y espanto que algunos de los pasajes más escandalosos de la novela estaban extraídos de su vida y de la historia de amor y desamor vivida con el autor. Colet se enfadó tanto que escribió una novela como respuesta que, para su desgracia, pasó sin pena ni gloria.
Un segundo. Tampoco. Su nombre era Louise Pradier, esposa de un escultor y conocida por organizar alegres fiestas regadas con los mejores licores de la época. Coqueta, inteligente, divertida, un tanto frívola. En otras palabras: irresistible. Tan irresistible que, en su larga lista de amantes, se encontraban el propio Flaubert y el también escritor Alejandro Dumas. Ah, las fiestas eran tan escandalosas como lo empezaron a ser las deudas de la familia y su marido, antaño orgulloso del éxito de su esposa y musa, ahora que la veía como madre se cansó de sus escarceos y sus tonterías. Así que le puso un detective, descubrió sus aventuras y consiguió el divorcio y la custodia de los niños a causa del adulterio femenino (que en Francia era delito, aunque el masculino no lo fuera). La que antaño llenase su casa de invitados ilustres terminó su vida en un convento, completamente sola, sin más compañía que la de un Dios que seguro que también la había abandonado.
¿Quién fue Madame Bovary? ¿Fue una de ellas, lo fueron todas o ninguna en particular?
En el pueblito de Ry lo tienen claro: ellos afirman ser Yonville, el pueblo imaginario donde Flaubert sitúa la novela, y donde han sacado toda la rentabilidad que imaginas que se le puede sacar a un suicidio. Existe un café llamado ‘Le Bovary’. Un ultramarino llamado ‘Mercado de Emma’. E incluso una droguería que se llama ‘Droguería Emma’: un naming brillante, por otro lado, si lo que buscas son tus buenos puñaditos de arsénico. En el cementerio municipal, a la tumba de Delphine Delamare acompaña ahora una placa que no deja lugar a dudas: “En memoria de Delphine Delamare, Madame Bovary, 1822-1858”.
Yo, sin embargo, apostaría la mano derecha a que Madame Bovary fueron todas ellas y ninguna en particular. Cuando leí por primera vez esta novela e instantáneamente se convirtió en mi favorita, comenté con uno de mis mejores amigos: “Tengo la teoría de que Flaubert era homosexual, o quizás bisexual, o sin duda se ha criado escuchando a muchas mujeres: esta sensibilidad solo te la da el haber tenido mucha cocina”. Años más tarde, al leer ‘El loro de Flaubert’, a medio camino entre la novela y el ensayo, de Julian Barnes, mis sospechas se confirmaron: Flaubert era bisexual sí, pero lo más importante, el hecho de haber sufrido una “enfermedad nerviosa” desde muy joven le había hecho criarse bajo las faldas de su adorada madre y, más tarde, de las de su sobrina.
Y este es un tema fundamental e importante: hablamos de 1848, un periodo donde los lamentos femeninos se escondían tras el traqueteo de las cacerolas, donde solo en la oscuridad de las cocinas, entre la comodidad y la servidumbre de los quehaceres domésticos, las mujeres podían sentirse libres y seguras para compartir sus pequeños y grandes pesares. Me gusta imaginar a Flaubert sentado con todas ellas, escuchando atentamente y traicionádolas después en forma de literatura.
Madame Bovary es una criatura compleja: una heroína trágica, una mujer sencilla con altas aspiraciones a la que la vida común, rutinaria y doméstica le genera claustrofobia. Emma es una víctima de una sociedad intolerante que pasa el dedo índice por encima de una cómoda polvorienta cuando está de visita sin recordar la cantidad de mierda que se acumula debajo de sus propias alfombras. Emma Bovary tiene un punto millennial que me fascina: ella también fue criada según las altas expectativas de un padre que pensó que la vida de su hija sería, como debía ser, mejor que la suya. Y cuando Emma llegó a esa tierra prometida tan solo le generó infelicidad y un sentimiento perpetuo de no estar nunca a la altura de las circunstancias. Es ese runrún por nada, esa insatisfacción constante callada por todas esas voces que repiten constantemente “no te puedes quejar”. Si Madame Bovary sigue siendo relevante es por lo mucho que podemos empatizar con ella. Pese a su frivolidad, sus ansias de escalar socialmente, su espiral absurda de derroche o su tristeza sostenida, ¿quién puede culpar a una mujer por querer cambiar su vida aburrida, servil y anodina por algo de diversión, por un par de aventuras y un buen puñado de cosas bonitas?
Fijaos en este párrafo y decidme si no os habéis sentido así en algún momento de vuestras vidas: “En el fondo de su corazón, no obstante, esperaba que sucediera algo. Como los marineros náufragos, contemplaba con ojos desesperados la soledad de su vida, buscaba a lo lejos alguna vela blanca entre las brumas del horizonte. No sabía cuál sería aquel azar, qué viento lo llevaría hasta ella, hacia qué orilla la conduciría, si sería una chalupa o un navío de tres puentes cargado de angustias o colmado de felicidad hasta las portillas. Pero todas las mañanas, al despertarse, tenía la esperanza de que llegase aquel día, y escuchaba todos los ruidos, se ponía de pie sobresaltada, se asombraba de que no llegase; luego, al ponerse el sol, cada vez más triste, deseaba que llegase la mañana siguiente”. O sea, ¿CÓMO ES ESTE PÁRRAFO?
‘Madame Bovary’ fue un escándalo cuando se publicó. Tanto que llegó a los mismísimos tribunales franceses, donde tuvo que sentarse Flaubert a defender a su desdichada protagonista. La obra fue declarada “un afronte a la conducta decente, a la moral religiosa y a las buenas costumbres” y lo que más molestaba a sus detractores era la falta de remordimiento de la propia protagonista y la falta de condena hacia el adulterio del propio autor. Al final no se encontraron pruebas suficientes para la prohibición de la novela, que fue un éxito en ventas, ni para la condena del autor cuyo abogado defendió que el suicidio de la protagonista era lo que permitía interpretar la obra como ejemplo moralizante (xD). El veredicto decía lo siguiente: “Emma es una mujer que aspira a un mundo y sociedad que no le corresponden que, descontenta con la condición que el destino le asignó, olvida sus deberes de madre y falta a los de esposa, introduciendo adulterio y ruina en su hogar...".
¿No os parece este veredicto la mejor invitación para leer esta novela? El mundo está lleno de mujeres que aspiran a un mundo y a una sociedad que no le corresponden, descontentas con la condición que el destino les asignó y que olvidan los deberes para perderse en los placeres. Ya te llames Delphine, Louise o Emma. O María o Elena o Sofía. En la tumba del pueblito de Ry no descansa los resto de ninguna Bovary, porque Emma sigue viva en todas nosotras.
Feliz lectura.
La frase
“Entonces, los apetitos de la carne, las codicias del dinero y las melancolías de la pasión, todo se confundía en un mismo sufrimiento; y, en vez de desviar su pensamiento, lo fijaba más, excitándose al dolor y buscando para ello todas las ocasiones. Se irritaba por un plato mal servido o por una puerta entreabierta, se lamentaba del terciopelo que no tenía, de la felicidad que le faltaba, de sus sueños demasiado elevados, de su casa demasiado pequeña.”
Buah es que soy yo literal.
El maridaje
Cuando pienso en cómo sería Emma Bovary en la actualidad la imagino con estos tres elementos:
- Con una copa de Sauvignon Blanc de Burdeos en la mano.
- Con un plato de queso trufado, en el que ha invertido la mitad de sus ahorros, sobre un plato. En concreto, con un Queso Manchego D.O con Trufa.
- Con el disco Melodrama de Lorde sonando a todo volumen en su casa.
PD: Si quieres leer más sobre el interesantísimo juicio al que llevaron a Flaubert y a su editor y las barbaridades que allí se dijeron os recomiendo leer este artículo.
¿Te ha gustado esta carta? ¡Compártela!
¿Te ha llegado esta carta y no estás suscrita? ¡Suscríbete!
¿Tienes algo que decirme? Puedes encontrarme en Twitter o Instagram.