Ecos y Narcisos 🍃
Recientemente, leí sobre un mito griego que hasta entonces desconocía. Es la desdichada historia de Eco. Eco era una ninfa de las montañas que, educada por las Musas, había sido bendecida con el don de la conversación y la elocuencia. Se decía que de su boca salían las palabras más bellas y ella las utilizaba con gusto con quien tuviera alrededor. Tanto es así, que hasta los dioses se fijaron en su talento, y Zeus la utilizó para entretener a su esposa Hera mientras él se iba de picos pardos con otras ninfas. Cuando Hera descubrió el engaño, castigó a Eco quitándole para siempre la capacidad de hablar y convirtiendo a la musa en un instrumento que solo podía repetir la última palabra que dijeran los demás. Desolada, Eco decidió aislarse del mundo dentro de una cueva… pero dio la casualidad de que pasó por aquellos bosques el bello Narciso y la pobre Eco se enamoró perdidamente de él. Incapaz de entablar una conversación con el joven, Eco se dedicó a observarle hasta que un buen día Narciso la descubrió, pero como ella solo podía repetir lo que este dijera, Narciso se burló cruelmente de la ninfa y rechazó su amor. La historia de Narciso ya la conocemos: se enamoró de su propia imagen reflejada en un estanque hasta que, tan ensimismado como estaba en aquella contemplación, terminó cayendo dentro y ahogándose en sus aguas. La de Eco es todavía más triste: avergonzada, volvió a aislarse en su cueva, donde se consumió hasta que de ella solo quedó aquella voz condenada a repetir las palabras de los demás.
Leí sobre este mito en ‘Mujeres y poder’, de la catedrática de clásicas Mary Beard, en el primero de los dos ensayos que incluye el libro titulado ‘La voz pública de las mujeres’, donde traza la historia de los silencios a los que nos hemos visto condenadas desde la época de Homero hasta la actualidad. La historia de Eco rondó por mi cabeza durante días, quizás por la fuerza evocadora que despertó en mí: en mi caso, me recordó a cuando me enamoré de un narcisista durante mi veintena. Como suelen hacer este tipo de personajes, en los inicios de la relación todo era maravilloso y él parecía deslumbrado por todas las palabras que salían de mi boca. Al cabo de un tiempo, sin embargo, mi Narciso comenzó a ridiculizarme delante de mis amigos, a hacerme ver que estaba equivocada en mis opiniones, a llevarme la contraria hasta en la más pequeña apreciación o a menospreciar cualquier idea que pudiera expresar en voz alta. Como estos cambios no suceden de golpe, sino que se producen con sutileza, poco a poco empecé a cambiar mi discurso y prefería que fuese él quien hablase primero para yo terminar dándole la razón. Cuando estaba con sus amigos, el espacio en el que él se sentía más seguro, prefería no dar mi opinión a menos que me preguntasen, ni llamar la atención para no caer en el riesgo de recibir una mala contestación, convirtiéndome así en la ninfa silenciosa dentro del grupo de machos, que por otro lado no podían más que adorarme, porque en el fondo lo único que hacía era asentir a todo lo que decían, como si fuera un bonito espejo que les devolvía el mejor reflejo de su propia imagen. Con el tiempo terminé convertida en el eco de aquel narcisista, despojada de mi voz, y más adelante, cuando terminó la historia, me descubrí avergonzada en mi propia cueva mientras rumiaba una y otra vez las razones por las que había terminado en aquella situación.
En 1928, Virginia Woolf impartió una serie de conferencias en los ‘colleges’ femeninos de Cambridge que terminarían convirtiéndose en el fantástico ensayo ‘Una habitación propia’, donde escribió lo siguiente: “Durante todos estos siglos, las mujeres han sido espejos dotados del mágico y delicioso poder de reflejar una silueta del hombre de tamaño doble del natural. Sin este poder, la tierra sin duda seguiría siendo pantano y selva. Sea cual fuere su uso en las sociedades civilizadas, los espejos son imprescindibles para toda acción violenta o heroica. Por eso, tanto Napoleón como Mussolini insisten tan marcadamente en la inferioridad de las mujeres, ya que si ellas no fueran inferiores, ellos cesarían de agrandarse”. Mary Beard inicia su ensayo contando la historia de cuando Telémaco, el hijo de Ulises y Penélope, manda callar a su madre mientras aguardan la vuelta del héroe, despojándola así de la autoridad que tenía en el hogar para convertirse en el dueño y señor de la casa en ausencia del padre. Parece que todo poder masculino pasa inevitablemente por marcar su poder sobre las mujeres: sin Penélope, Telémaco no podía “convertirse en hombre”, sin nuestro callado eco, muchos hombres no descubrirían la fuerza de su voz.
Esta semana volví a pensar en mi querida Eco y en el insoportable Narciso, cuando un twitchero llamó en directo “crack, fuera de serie y pro” a un amigo suyo que tenía “un trucazo” para ligar en las discotecas: no beber alcohol y entrar a mujeres que estén borrachas. Este “truco”, que puede constituir un delito de hasta 10 años de prisión, generó una polémica en redes sociales que podría resumirse, por un lado, en mujeres indignadas ante la descripción de aquel comportamiento, argumentando que la normalización de la violencia sexual, mediante su transformación en algo cotidiano y natural, que niega el daño estructural que provoca no es más que ‘cultura de la violación’ y, por otro lado, en hombres que no veían tan problemáticas las declaraciones del twitchero y ejercían de abogados del diablo mediante argumentaciones como que a las discotecas “no se va a jugar a las cartas”. Mi teoría es que muchos de estos hombres no podían soportar verse reflejados en uno de estos espejos que, como aquellos de las atracciones de feria, ampliaba sus defectos: como monstruosos Narcisos, les resultaba intolerable siquiera imaginar que un comportamiento que tenían tan normalizado fuese acompañado de una palabra tan repulsiva como es ‘violación’. La reflexión sobre Eco me la dio la inteligentísima Sara Rivero, quien después de soportar tempestades en redes por expresar su opinión escribió: “Creo que los tíos jamás os podréis hacer la más mínima idea del miedo que da ver a cientos de chavales defender que claro que está bien abusar de tías borrachas y que estás loca por verle algún tipo de problema. Cómo no vamos a tener cámaras de eco si fuera está eso”. Una cámara de eco es una metáfora que se utiliza para señalar la problemática de las burbujas de información, mediante las cuales mucha gente tan solo consume aquel contenido con el que está de acuerdo, reforzando su visión e interpretación personal del mundo. Pero pensando ahora en los insultos a los que cualquiera de nosotras se ve expuesta cada vez que expresa una opinión que toca la fibra masculina en redes sociales y en todas aquellas mujeres que han optado una vez más por el silencio, creo que estas cámaras de eco suponen también espacios de comunicación seguros, calmados y sin interferencias para muchas de nosotras, como si de alguna forma prefiriésemos guarecernos todas juntas en nuestra cueva en mitad del bosque.
Soy consciente de que he mezclado muchos temas en esta carta: he hablado de Narcisos privados y públicos, de ecos y silencios y también de espejos que nos reflejan y en los que nos vemos reflejadas. Lamentablemente, creo que la posición femenina todavía no puede poner el foco en lo público sin hablar también de lo privado, como ya expresaron las feministas de los 70, “lo personal es político”. Quizás lo que he pretendido en todo momento es poner palabras a todos esos silencios que nos han acompañado desde el inicio de los tiempos, ya fuese dentro o fuera del hogar. He adaptado el mito de Eco, cuya leyenda original incide en ese supuesto odio ancestral entre mujeres y en el castigo al que nos vemos impuestas a causa de nuestra charlatanería, porque considero que las historias y las maneras de contarlas tienen la capacidad de cambiar la forma en la que vemos el mundo. Dicho de otro modo, creo que devolverle las palabras a Eco es una manera de hacer ruido frente al silencio. A fin de cuentas, el único consuelo que nos queda es saber que Narciso murió ahogado, pero al menos a Eco siempre le quedó la última palabra.
La frase
“No es fácil hacer encajar a las mujeres en una estructura que, de entrada, está codificada como masculina: lo que hay que hacer es cambiar de estructura”.
Dilo, reina.
El maridaje
Hablando de palabras, esta semana estreno con el magnífico Guillermo Alonso un podcast llamado ‘Arsénico Caviar’, producido por Podium Podcast y que a partir del día 19 tendréis en todas las plataformas habidas y por haber. Aquí tenéis el link a Spotify para que desde ya podáis seguirnos y enteraros de cuándo salen los episodios.
Siempre tiendo a dotar de cierto significado a las cosas que hago, aunque muchas de esas cosas puedan ser fruto de la casualidad. Por eso creo que ‘Arsénico Caviar’ es la contrapartida perfecta a estas cartas: creo que si en estas cartas he querido haceros llegar algo bonito los domingos, evitando hablar de libros que no me gustasen o caer en la crítica ácida ye intentando llegar siempre a conclusiones más o menos luminosas, en ‘Arsénico Caviar’ he dejado florecer aquellos sentimientos que creo que, en el fondo, mueven el mundo: el odio, el descontento, la insatisfacción vital y el resentimiento. En definitiva, y volviendo a hacer un guiño a los clásicos, si estas cartas reflejan mi lado más apolíneo, el podcast es mi lado dionisíaco.
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