Cosas distintas, cosas mejores ☀️
Observo el calendario previsto para el día y resulta que todas las reuniones que tengo se solapan de tal forma que solo sacaría tiempo para comer a una hora decente, prudente y humana si a) alguien me preparase la comida b) si hubiese preparado la comida con antelación o c) si pidiera a domicilio.
Opción a) Trabajo desde casa y no tengo nadie que cocine para mí a mediodía.
Opción b) Aunque podría ponerme a cocinar para toda la semana, algunas tardes tengo pilates, porque mi espalda se resiente tras ocho horas sentada frente al ordenador. Otra tarde tengo terapia, porque mi cabeza se resiente tras estar ocho horas sentada frente al ordenador. Y, el resto de tardes, cuando no estoy trabajando para que mi cuerpo y mi mente puedan seguir trabajando, me gusta tomármelas para mí. “Tomármelas para mí”, digo con la boca pequeñita, como si fuera una osadía permitirme sentir que las tardes son mías y apropiarme de ellas con total libertad para hacer cosas fuera del marco obligatorio de la productividad y el consumo capitalista. Hablo de charlar con mi novio, quedar con un amigo, dar un paseo alrededor del lago de Casa de Campo, leer tirada en el sofá. Esas “cosas de la vida que no cuestan dinero”, que en todos los sobrecitos de azúcar te dicen que son las mejores.
Opción c) Quizás pida a domicilio una vez más y pague a una empresa que detesto para que le pague una miseria a un trabajador al que pido disculpas con los ojos pero jamás con la boca cuando llega el pedido. Quizás no. Mejor que no. A “uno de estos días” no quiero añadirle también el sentimiento culpa.
Quizás lo que haga sea picar cualquier cosa de pie en la cocina, un hummus con regañás y unas cuñitas de queso con anchoas, apoyada en la encimera, con la mente en un blanco del color los azulejos que me quedo mirando como una vaca cuando pasa un tren.
Y esto es tan solo un martes.
Pero tiene que haber otra vida, ¿no? Una vida donde los martes no sean una cosa que quitarse de encima cuanto antes. No dejo de pensarlo. Estoy obsesionada con ese pensamiento. Tiene que haber algo más porque esto no puede ser así siempre. Algo mejor. Algo distinto. “La vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado”, leí una vez en un titular de El País que no consigo olvidar. La frase la pronuncia el paleontropólogo Juan Luis Arsuaga, codirector de la Fundación Atapuerca y director del Museo de la Evolución Humana de Burgos. Pregunta el periodista: “En el fondo, conocer nuestro pasado nos ayuda a entender nuestro presente, ¿no cree?” y él responde: “Sí, y nos hace más felices, espero. Aprendemos, disfrutamos, vivimos otras vidas. Yo siempre digo que la vida no puede ser trabajar toda la semana e ir el sábado al supermercado. Eso no puede ser. Esa vida no es humana. Tiene que haber algo más pero aquí, en esta vida. Y esa otra cosa se llama cultura. Es la música, la poesía, la naturaleza, la belleza… Es lo que hay que apreciar y disfrutar porque, si no, esto es una mierda”. Y el periodista razona: “Nuestros antepasados seguramente sabían apreciar mejor la vida…”. Y la persona convertida en mi persona favorita del planeta, responde: “Hombre, claro. No trabajaban toda la semana ni iban el sábado al supermercado”.
Voy a los libros en busca de consuelo porque no creo en dios. Ojalá tener fe. Ojalá ser una de esas personas espirituales que no tienen una arruga constante en el entrecejo. Ellos saben que hay algo más en otra vida, pero yo siempre he sido una persona impaciente y lo quiero ya y lo quiero en esta. A falta de dios me encuentro con Vivian Gornick, que tampoco está mal. Leo en ‘Mirarse de frente’ lo que le sucede una mañana, cuando trabajaba de camarera en un hotel en las montañas: “Una mañana a las siete, mientras iba de los barracones a la puerta de la cocina, me paré a oler el aire en medio del gran césped del hotel. El momento fue precioso: diáfano y sensual. Sepultado bajo el frescor de la mañana, acechaba el calor creciente que se iría extendiendo hora a hora por el erótico día estival. Sentí un pinchazo en el corazón. ¡Había otras formas de pasar el día! Otras vidas que vivir, otras personas que ser”. Pienso en todas las Vivian Gornicks a las que veo a través de mi balcón, camino del trabajo, deslumbrándose con el primer sol de la mañana y seguramente el último que disfruten sobre el rostro cuando impongan el horario de invierno, las veo mirando alrededor sin ver, justo antes de sumergirse en las profundidades del metro. Pienso en las Gornick que salen solas a comer cuando están en la oficina, apropiándose de esa hora como yo me apropio de mis tardes, y se comen lo que hay en su tupper y se quedan un buen rato sentadas en un banco disfrutando del solecito. Pienso en las Gornick que, de pronto, levantan la mirada del ordenador para descansar la vista y se asombran porque se ha hecho de noche.
A mi alrededor todo el mundo está cansado. Todos mis amigos están hartos. Todos repiten constantemente aquello de ‘no puc mes’. Nos quejamos en grupos de WhatsApp y en audios larguísimos y fantaseamos con irnos todos a vivir a las montañas. Nos pasamos artículos sobre la Generación Quemada y yo pienso que debería llamarse La Generación A La Que Han Quemado. Nos pasamos artículos sobre The Great Resignation (La Gran Renuncia), un fenómeno que se empieza a dar en Estados Unidos que consiste en un abandono masivo y voluntario de los trabajos actuales. Aparentemente la pandemia y el trabajo en remoto ha sido el gran catalizador de estas renuncias masivas, cuando la gente se ha replanteado qué coño está haciendo con sus vidas. Buscan algo distinto. Algo mejor.
Miro el cielo azul en esta tarde soleada de otoño mientras os escribo esta carta y pienso en cómo terminarla de una forma más o menos optimista al tiempo que caigo en la cuenta de que los días van a ser cada vez más cortos. Bueno y qué. Lloverá más o lloverá menos. Y mientras buscamos soluciones agarraremos el paraguas para salir a la calle porque, al menos, quedan las risas, las amigas, los vinos y los encurtidos buenos. Y Vivian Gornick, claro. Cuenta Gornick que fue al funeral de una amiga suya a la que nunca había llegado a comprender del todo y otra persona que había conocido a la difunta durante 30 años dijo las siguientes palabras:
“Tenía dos historias que siempre repetía, una y otra vez. En una, una mujer se cae de un transatlántico, horas después la echan en falta y la tripulación da media vuelta al barco y regresan a por ella. La encuentran porque sigue nadando. En la otra, un joven decide suicidarse, salta de un puente muy alto, cambia de opinión en plena caída, endereza el cuerpo para zambullirse y sobrevive. Siempre que podía Rhoda encontraba la ocasión para contármelas como si yo no las supiera. A veces parecía que ni ella las hubiera oído antes. Probablemente eso diga mucho más sobre su vida que cualquier otra cosa. La desesperación, el aburrimiento, la soledad. Para ella todo se traducía en: nuestra especie está condenada, se autodestruirá, pero hay que seguir nadando”.
Hay que seguir nadando.
Feliz lectura.
La frase
“La buena conversación depende de un engarce entre mente y espíritu tan sencillo como misterioso que, por lo demás, no se logra, sucede sin más. No es una cuestión de intereses mutuos, conciencia de clase o ideales compartidos, es una cuestión de talante: lo que hace que alguien responda como por instinto con un sensible ‘sé a lo que te refieres’ en lugar de con un desafiante ‘¿a qué te refieres con eso?’”.
Creo que el único consejo que le daría a la hija que jamás tendré sería que se rodease de gente ‘sé a lo que te refieres’ y evitase por todos los medios a los de ‘¿a qué te refieres con eso?’.
El maridaje
Algunas veces escuchaba esta canción de camino al trabajo. Solían ser aquellas veces que sentía que tenía que arrastrar el cuerpo hasta la oficina. Me servía de motivación y para no dormirme en las esquinas. De esta canción, que no es la original sino un remix de Soulwax, me gusta todo: el ritmo hipnótico y, sobre todo, la voz de Marie Davidson, una mujer que no canta sino que habla.
En esta canción, Davidson te dice que trabajes: de lunes a viernes y de viernes a domingo. Que trabajes para ser un ganador. Pero lo que parece una oda disco al capitalismo no lo es tanto: el mensaje final es que trabajes… en ti. En quererte y en cuidarte. Ya, ya sé que puede parecer un poco moñas, pero dale el play y dime si no es un pepinazo.
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