Tengo el recuerdo de llegar a Santorini de noche. Nuestro vuelo desde Atenas se había retrasado. Primero media hora, luego una hora. Después perdimos la noción del tiempo a golpe de cabezada en el aeropuerto y en el avión. Aterrizamos en mitad de lo desconocido y pusimos el GPS rumbo a lo que sería temporalmente nuestra casa. Al llegar al pueblito donde nos alojábamos y dejar las maletas, bajamos caminando hasta el único sitio que permanecía abierto. Compramos pan, queso, vino y, por supuesto, higos. Cenamos y charlamos hasta que el cuerpo aguantó. Recuerdo que tuvimos que ponernos sudaderas. La brisa que nos llegaba era inconfundiblemente la brisa del mar y escuchábamos el rumor del oleaje, pero el paisaje era ciego y no podíamos imaginar qué nos encontraríamos a la mañana siguiente.
A orillas del mar 🌊
A orillas del mar 🌊
A orillas del mar 🌊
Tengo el recuerdo de llegar a Santorini de noche. Nuestro vuelo desde Atenas se había retrasado. Primero media hora, luego una hora. Después perdimos la noción del tiempo a golpe de cabezada en el aeropuerto y en el avión. Aterrizamos en mitad de lo desconocido y pusimos el GPS rumbo a lo que sería temporalmente nuestra casa. Al llegar al pueblito donde nos alojábamos y dejar las maletas, bajamos caminando hasta el único sitio que permanecía abierto. Compramos pan, queso, vino y, por supuesto, higos. Cenamos y charlamos hasta que el cuerpo aguantó. Recuerdo que tuvimos que ponernos sudaderas. La brisa que nos llegaba era inconfundiblemente la brisa del mar y escuchábamos el rumor del oleaje, pero el paisaje era ciego y no podíamos imaginar qué nos encontraríamos a la mañana siguiente.